El mes pasado, como tantas otras veces, me encontraba en la Feria del Tejido de París. Y entre tanto madrugón, carrera, pases y desfiles, hubo un momento que me quedé parado, como en una burbuja, y pude ver como todo y todos se movían a mi alrededor con gran agilidad. Así es la moda.

Al mismo tiempo que las marcas presentan sus últimos diseños en la pasarela, los equipos de diseñadores y patronistas trabajan sin cesar en sus estudios buscando cuál será la última tendencia.

Nuestro mundo es cada vez más dinámico. Nos encontramos en la era de la tecnología, Internet y las Redes Sociales, donde una imagen vale más que mil palabras pero, al mismo tiempo, su recuerdo se desvanece con facilidad.

En este espacio, la moda ha sabido una vez más reinventarse, adaptarse a los gustos más clásicos o al movimiento millennial. Las temporadas en las que se divide la moda ya no son tan rígidas como antes. La moda es continua, evoluciona con nosotros, por delante de nosotros, ofreciéndonos esa prenda que en cierta manera nos hace sentir mejor, más cómodos y con confianza. Esa prenda que representa tantas veces nuestro propio estado de ánimo.

Y cómo no, nuestro vestido de novia, la prenda que mejor aúna espontaneidad y recuerdo. La prenda que nos representará, como ninguna otra, en ese día tan especial. Y sí, ya sabemos que sólo se trata de un día, pero es «el día», ese que perdurará en nuestro recuerdo y en el de los nuestros para siempre.

A todos los diseñadores y diseñadoras, patronistas y modistas que trabajan cada día por hacer nuestros sueños realidad… ¡Gracias!